LA JOVEN DE LA VENTANA
Anochecía,
paseaba lentamente absorto en sus pensamientos, tras aparcar en el garaje
próximo a su apartamento, situado a las afueras de un pequeño pueblo a pocos
minutos de la ciudad. Fumaba el último cigarrillo del día.
Aquella
noche fue cuando la descubrió por primera vez tras los sucios cristales de la
ventana del segundo piso del antiguo edificio que presidia su calle. Un
edificio de cierto prestigio histórico, pendiente de reformar.
Se
sorprendió, lo suponía vacio, paró y retrocedió hasta un rincón más oscuro de
la calle, desde donde poder contemplar la imagen de la muchacha, sin ser visto.
Ella, apartaba las viejas cortinas de encajes, rasgadas por el paso del tiempo
y con ojos tristes miraba fijamente hacia el camino que al final de la calle se
perdía en el cercano bosque. Su melena negra y rizaba caía sobre los hombros y se intuía una especie
de camisa blanca cubriendo su cuerpo.
Carlos
con sumo cuidado saco el móvil de su bolsillo, enfocaría la cámara hacia la
ventana y con el zum acercaría la imagen de la joven para así conseguir una visión más detallada y próxima. La muchacha seguía
con la miraba fija hacia el camino. Quizás esperaba la llegada de alguien.
¿Sería una ocupa?- pensó. Su serena belleza lo cautivó. Ella, inesperadamente
giró su cabeza y desapareció de su vista.
Aquella noche fue el principio de lo que más adelante se convertiría en una
obsesión.
No
se concentraba en el trabajo, estaba esperando que la jornada laboral acabara y
únicamente se reunía con sus compañeros a tomar alguna cerveza hasta que
anochecía, entonces con cualquier excusa se despedía de ellos, salía rápidamente
hacía su coche dirección a su apartamento. Una vez allí, repetía la misma
rutina noche tras noche, se refugiaba en el rincón de la calle que ocultaba su
presencia y allí esperaba hasta que por fin la imagen de la joven aparecía en
la ventana. Contemplarla furtivamente era todo lo que podía hacer. Su corazón
se aceleraba, le invadía una sensación extraña, no podía controlar sus emociones,
jamás se había sentido así. Se había enamorado perdidamente, ni lo entendía ni
deseaba entenderlo pero el hecho era que la joven se había adueñado de su
pensamiento y de todo su ser.
Un
domingo por la mañana decidió acercarse al edificio, realmente el aspecto de éste
era de abandono total, algunas ventanas tenían los cristales rotos. Nunca había
reparado en ello, ese tramo de la calle generalmente lo hacía camino del
parking siempre con prisas.
Se
acercó a la puerta, estaba casi cerrada, empujó pero parecía atascada, insistió
con toda la fuerza de la que fue capaz y cedió unos centímetros, los necesarios
para que su delgado cuerpo pudiera acceder al interior. Todo estaba medio
derruido, Subió los peldaños de dos en dos. Y llegó a la que pensó seria la
vivienda que daba a la calle. La puerta estaba forzada, la cerradura rota,
entró rápidamente hecho un vistazo general, allí no parecía que pudiera vivir
nadie, atravesó el salón y abrió una puerta, parecía un aseo, avanzó, llegó a
un dormitorio y efectivamente allí ante la ventana de espaldas a él se
encontraba la joven. De repente un escalofrío recorrió su cuerpo, En ese
momento comprendió lo que sucedía, pero estaba paralizado. Ella se giró
sonriendo, se acercó levitando, sin apenas rozar el suelo, lo abrazó con sus
calavéricas y frías manos. Y con su beso, sabor a muerte, selló para siempre su
amor eterno.
María
Vera López
Mayo 2018
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