Blog col·laboratiu

Aquest blog aplega alguns dels escrits fets pels participants en els tallers d'escriptura de la Raquel Picolo.
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dimarts, 10 d’octubre del 2017

CAMINO DE LA ESPERANZA

Entregué todos mis ahorros; me atraparon las promesas de futuro y los ojos ilusionados de mis compañeros, que como yo, deseaban dejar tras de sí el hambre y la pobreza absoluta.

Familias completas, se iban quedando por el camino, los más débiles no resistían las primeras fases del largo viaje, el resto seguía adelante sin mirar atrás.

Yo opte por la barcaza, nos fueron colocando apretados unos junto a otros. Cuando creíamos que salíamos por fin al mar, llegaron corriendo un grupo de siete personas más, nos pisotearon y se hicieron sitio a golpes. Hasta entonces todos estábamos en silencio, cambiábamos miradas cómplices, la esperanza se reflejaba en nuestros ojos. Los recién llegados, se mostraron agresivos, empezaron a zarandear a los mayores, exigiendo que entregáramos las pertenencias que llevábamos y nos despojaron de móviles, relojes y si alguno aun llevaba dinero, también se lo cogieron.

Empezamos a navegar mar adentro, era una noche serena, la luna, nuestra única luz. Al cabo de un tiempo, no mucho ya en alta mar, se acercó una zodiac que recogió a los siete últimos ocupantes y con sonrisas llenas de crueldad nos abandonaron a nuestra suerte.

El desaliento se instaló en nuestras despojadas almas. Por suerte y antes de que la desesperación nos invadiera, un joven tomó las riendas de la situación, había dejado caer su móvil en el fondo de la barca y ahora lo recogía conectando el GPS y sacando tablones, que hacían las veces de asiento, señaló a los más fuertes para que empezaran a remar. El motor con apenas gasolina hacía horas que había dejado de funcionar. Haríamos turnos, además conocía bien las estrellas y con ellas podíamos orientarnos, al menos por la noche. Un aire de optimismo llenó nuestras miradas. Tres días más tarde fue el mar el que inundó la barcaza. Las olas nos movían a su antojo, el exceso de peso hizo que la vieja embarcación  no resistiera los embates de las olas y caímos todos al mar. Apenas quedaban fuerzas, la fe la perdí el segundo día.

Nos movíamos lo justo para mantenernos a flote; frente a nosotros no había nada, solo mar, los ojos me escocían, mis extremidades apenas respondían a las ordenes de mi cerebro, no quería mirar a mi alrededor, sabía que cada vez desaparecía más gente de la que en principio me rodeaba, me sentí desolado. ¡Qué estúpido había sido! Tenía que haber intentado salir adelante de otro modo. ¿Cómo pude dejarme convencer? ¿Tan inocente era? Aún resonaban en mi cabeza las palabras llenas de promesas de futuro que me convencieron de que el camino era éste, ningún otro.

De repente escucho el sonido de un motor, abro los ojos; sí, no son imaginaciones mías, sí, ahí los tengo delante, valientes hombres y mujeres que vienen a rescatarnos. Se aproximan, empiezan a lanzar salvavidas y a sacar gente del agua, medio muertos, pero con esperanza. ¡Sí, ahí están! Llega otra barca de salvamento, los arropan…


El agua me aleja… ¡Eh! ¡Eh! ¡Estoy aquí! ¡Mírame, frente a tí! No puedo ni levantar el brazo, mi cabeza se hunde y sale del agua como danzando, una danza macabra. Intento gritar, pero mi garganta no responde, ellos no dan abasto, intentan salvar a los máximos posibles, pero yo no estoy entre ellos, me resigno, cierro los ojos y aunque no soy creyente intento recordar una oración que escuche a mi abuela cuando era niño, Ya no lucho, me entrego al mar… Unos fuertes brazos me sujetan, si noto su energía, duda, pero si me sube a la barca, me abrigan, mojan mis labios, pierdo el conocimiento, ¿me he salvado? ¿Valdrá la pena? Meses más tarde supe que no.  

Maria Vera
8 d'ocubre de 2017

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