Aquest text neix d’un exercici d’un taller d’escriptura de
la Raquel Pícolo, al Pirineu.
Com que celebrem St. Jordi, aquesta narració té espines a
la rosa i dracs que fereixen persones
El Paseo de los avellanos.
Desde el pueblecito de Farrera hemos
descendido a la ermita románica de Alendo para sentir la naturaleza,
individualmente, tu a tu.
Resultó fácil; con la ayuda de la
cámara me detengo en rincones, árboles, perspectivas, juegos de luces… tanto me
detengo, que me pierdo del grupo. Con las fotografías revivo la experiencia
fugaz de los lugares visitados.
Así pues, me dejé seducir,
fundiéndome con el entorno que me rodeaba.
Me llamaron los sonidos: el leve
roce de las hojas mecidas por el viento; el crujir de las hojas secas, de las
semillas, de los frutos bajo las pisadas; el cantarín de los riachuelos bajando
por las empinadas montañas… El canto de los pájaros, el zumbido de los
insectos… Toda una sinfonía contrapuesta al silencio absoluto de la noche, en
la antigua casa de Escaló.
Al escribir este texto a partir de
las notas de aquel ejercicio, advierto que no recogí los olores; tal vez porque
la primera siega estaba lejos y la segunda no llegaría; tal vez porque los
árboles no estaban en flor; tal vez porque el ganado estaba en los puertos... ¡O
tal vez, porque, rebosada, no fui capaz de percibirlos!
A lo largo del camino, tras una
pronunciada curva o un gran árbol… asomaba un pueblecito colgado de las
inmensas montañas. El camino franqueado de avellanos, asfaltado de hormigón, me
hacía pensar que, a pesar del espectacular día otoñal que disfrutábamos, pronto
llegaría el crudo y largo invierno. Pensé en la lenta pero inexorable
despoblación. En las casas cerradas, vacías, que el paso del tiempo va saqueando.
Casi inevitablemente, gajes del
oficio, recordé a las personas que no tienen techo por desahucios, guerras,
pobreza y mil durezas de la vida… Tantos sueños rasgados, tanta incertidumbre,
tanta desesperación…
Las bandadas de golondrinas, cada primavera, sobrevuelan confundidas personas sin
casa / casas sin personas…
Como dice John Berger (*) en su poema “Fábrica”:frío es el dolor de creer / que el calor no regresará nunca
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